Hoy en día es bastante común usar ambas palabras como sinónimos, creyendo que son lo mismo o, al menos, muy similares. Y es que las siglas I+D+i nos pueden llevar a gruesas confusiones, y no es extraño, pues la frontera entre los dos términos puede ser algo brumosa. No obstante, existe todo un abismo conceptual entre la I+D y la innovación.
Antes de empezar cabe destacar que no existe ninguna definición universal de ambos conceptos. Generalmente, la definición varía dependiendo de los matices y parámetros que se quieran incluir. Sea cual sea la definición que se decida adoptar, seguiremos las indicaciones y criterios establecidos por la conocida como familia Frascati que engloba varios manuales referentes a la I+D y la innovación.
Según la última edición del Manual Frascati, la I+D comprende el trabajo creativo y sistemático realizado con el objetivo de aumentar el volumen de conocimiento e idear las nuevas aplicaciones de conocimiento disponible. En otras palabras, aquella actividad que amplíe el conocimiento científico y su comprensión.
Para clasificar a una actividad como tal, debe ser novedosa y creativa. Además, debe incluir un componente de incertidumbre, pues existe cierto riesgo de no lograr los resultados esperados. Del mismo modo, la investigación también ha de ser sistemática y transferible.
En línea con el manual mencionado con anterioridad, existen tres tipos de investigaciones:
La innovación es la actividad cuyo resultado es la obtención de nuevos productos o procesos, o mejoras sustancialmente significativas de los ya existentes. En definitiva, y como sintetizó el exprimer ministro de Finlandia, Esko Aho: la I+D es “invertir dinero para obtener conocimiento”, mientras que la innovación es “invertir conocimiento para obtener dinero”. La investigación busca dar solución a problemas de nuestra sociedad al tiempo que la innovación busca dar soluciones a sus clientes. Dicho de otra forma, la innovación es la llegada al mercado de la I+D.